Pocas veces se tiene la oportunidad de adentrarse en la vida del artista a través de testimonios narrados en primera persona a lo largo de buena parte de su vida. Menos común es aún que estos resulten tan necesarios para aproximarse, como en el caso de Delhy Tejero, a una personalidad compleja y enigmática, plagada de obsesiones e incoherencias, fruto -quizás- de un estado vital de búsqueda constante. En uno de sus diarios se define así: “¡Incansable, joven, hambrienta, indomable, caprichosa, mística, profana, andariega, quieta, sábia, ignorante, desordenada, amiga del orden!”.

Los diarios de la pintora, dibujante, muralista y escritora Delhy Tejero (Toro, Zamora, 1904 – Madrid, 1968) están recogidos en libretas, cuadernos y hojas sueltas y abarcan sus reflexiones personales, vivencias, pequeños dibujos y bocetos desde 1936 hasta pocos días antes de su muerte en octubre de 1968 (“Tengo curiosidad por todo”, confiesa en su última anotación).

Los 19 cuadernines, como ella misma denomina a sus cuadernos, fueron publicados por primera vez en 2004 en una estupenda edición de la Diputación de Zamora, preparada por la sobrina de Delhy, María Dolores Vila Tejero, y el escritor Tomás Sánchez Santiago. En 2018 fueron reeditados por la editorial leonesa Eolas. “Sois almitas que viajan conmigo, que duermen conmigo y a los únicos que yo les cuento”, escribe Delhy el 26 de marzo de 1938.
La escritura de Delhy es atropellada. Se trata, como define una de las interesantes notas al pie que ayudan al lector a contextualizar los diarios, de la “escritura de la emoción, torrencial y sin articulación, que sirve a Delhy Tejero de desahogo inmediato”. La pintora llega a personificar sus cuadernines y los bautiza con sugerentes nombres en un curioso ritual: una gota de café y el sello del carmín de un beso.
A través de las páginas de los cuadernines el lector se adentra en la cronología de la vida de Delhy, desde la salida de Toro a sus estancias en Florencia, Nápoles, Capri, Roma, París y, finalmente, Madrid, donde establece su estudio. Un periplo de insatisfacción permanente y anhelo de lo que en otro momento se ha repudiado.

Igualmente, el lector contempla la evolución de una personalidad compleja marcada por una creciente introversión: identifica su éxito profesional como un fracaso, le atormentan los actos sociales así como la exposición pública de sus obras (“…recuerdo pasar mucha vergüenza, sufrir yo todo el pudor de mi pintura desnuda. Qué susto cuando dieron la orden de que quiten el andamio y allí queda sola y descaradamente en toda su intimidad que yo quería meterme dentro del ala de aquel sombrero tan grande que seguramente me puse para ocultarme yo también”).
La vejez (“…qué triste se vivirá sabiendo que forzosamente falta poco tiempo”), la enfermedad, la maternidad, el miedo a la muerte de sus seres queridos y una desmesurada escrupulosidad ante el contacto físico, son otras de las notas características que marcan su personalidad y que acaban por condicionar su vida solitaria y su carrera artística. Durante la guerra civil española asiste, desde la distancia, al horror: «(…) Haz que la tierra pueda absorber toda la sangre, no vaya a quedar seca por encima y se nota y después que caiga mucha agua sobre todos…«.
Cabe destacar su relación con lo material. En sus viajes pasa estrecheces económicas, de ahí que deje constancia pormenorizada en los diarios de sus gastos en pensiones y comidas. Sin embargo, no ansía grandes fortunas: “sólo no teniendo nada es cuando se posee (…) poseer más o menos cosas de la tierra es una carga” (3 de julio de 1946). No en vano, a su muerte dejó escrito con carboncillo sobre la pared de su estudio en el Palacio de la Prensa en Madrid la inscripción: “Acuérdate que eres pobre y si no, asómate al pasillo”.

Los diarios personales de Delhy Tejero aportan un enorme valor a su figura como artista y se ponen al servicio de quienes pretenden acercarse a la obra de esta mujer libre, también en constante búsqueda y evolución: desde las ilustraciones a lo abstracto y surrealista, o la vuelta a lo figurativo, o a la destrucción de sus propias obras. Una búsqueda urgente que nace de lo más profundo de su ser («busco el alma y me encuentro el cuerpo por todos lados«) y que la acompañará toda la vida: «¡Paz, paz, paz para mí! ¿Pero cuándo?«.
Javier García Martín
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