


La materia es el alma, y no perdona.
Ni al bronce en flor de las campanas íntimas, ni a la madera aérea, ni al granito,
ni siquiera a la piedra, con su ley,
ni al hierro mal forjado, al barro, al níquel,
al cuarzo, al mármol… Pero sí al volumen,
al vacío, hacia el hueco de la gracia
que trasluce y traspasa,
con mi sabiduría, que es casi inocencia, revelación, destino.
Y a la armonía, entre el cristal sin llanto,
del rostro, bien tallado,
misterioso, asombrado,
de esa niña.
Quiero verle la cara aquí, a media ventana,
algo transfigurada por la luz,
como si fuera capitel, grabada
la melodía de su intimidad.
Quiero tocarme en ella, estar en ella.
Quiero tocar, no ver tan solo, la mirada.
Conocer con el tacto amanecido.
Estoy cantando entre materia ardiendo,
que deslumhra y orienta,
con geografía y pueblo.
Y estoy perdiendo cada vez más inocencia oscura,
aunque gane en sentido,
en pericia y en ciencia, en arte aún trémulo,
entre dinero y humo mal templado.
Quiero hacer cuerpo en luz,
música de la luz, música de alma,
clarividencia de mi pulso, aún joven,
de mi latido en vilo.
Como el del tuyo, Duero.
¿Y cómo voy ahora
a taladrar, expresar, y dar relieve
con qué buril, qué manos, qué herramientas,
puedo hacer como un friso
de tu pasar, de tu anidar,
de tu olor, hoy en julio, a media tarde,
y, sobre todo, de tu historia viva?
Quédate quieto. ¿Y cómo
voy a dar forma a lo que está fluyendo,
a lo que se va y se queda para siempre?
¿Cómo voy a modelar, salvar
este aire y este agua, esta cultura
que se me van, como se me está yendo
la vida?
La materia esta ahí, siempre esperando…
Claudio Rodríguez (1934-1999)
Poema realizado con motivo de la VIII Bienal Ciudad de Zamora Escultura Ibérica Contemporánea
Fotografías: Taller del escultor Venancio Blanco (Salamanca, 1923 – Madrid, 2018) en febrero de 2015, Javier García Martín.