
Nací bajo el terror de unas garras de plata
en los campos abiertos, sin defensa;
sombras de espadas locas frente al miedo del pueblo.
Hijo del miedo, sí, nací.
Feudales mandarines
caciques felipinos, inquisidores negros
que dictaban la ley desde la torre.
No se oteaba el horizonte por el camino largo,
no se podía crecer sino despacio, lentamente.
Obediencia y callar; el que obedece
no se equivoca nunca. Y había que callar.
Así la rebeldía se incubaba en mi fondo sin fondo.
Y fui como una toba solitaria
perdida en la arriscada sombra de una zarza taimada.
Nacía uno sin nombre
bajo el terror zarposo del plomo presionante
como álamo temblón y sonoroso,
áspera y vieja soledad de plata,
orgía susurrante:
una vida, un amor, Waldo, este hombre.
Waldo Santos (Castronuevo de los Arcos, Zamora, 1921 – Zamora, 2004)